1- "Y cierto día Pedro y Juan subían al templo a la hora novena, la de la oración.
2-Y había un hombre, cojo desde su nacimiento, al que llevaban y ponían diariamente a la puerta del templo llamada la Hermosa, para que pidiera limosna a los que entraban al templo.
3-Este, viendo a Pedro y a Juan que iban a entrar al templo, les pedía limosna. 4-Entonces Pedro, junto con Juan, fijando su vista en él, le dijo: ¡Míranos!
5-Y él los miró atentamente, esperando recibir algo de ellos
.6- Pero Pedro dijo: No tengo plata ni oro, mas lo que tengo, te doy: en el nombre de Jesucristo el Nazareno, ¡anda!
7-Y asiéndolo de la mano derecha, lo levantó; al instante sus pies y tobillos cobraron fuerza."
Subir al Monte de oración no es fácil, el versículo 1, nos cuenta que ellos subían a orar; podemos compararlo con escalar y bajar de una alta montaña; hasta que nos habituamos tenemos algunas contrariedades físicas: alta presión, mareos, dificultad para respirar. Mayormente a quienes no están acostumbrados a vivir en las alturas le sucede esto, como respuesta física a la falta de hábito. Mi hijo mayor me hizo el comentario de lo mal que se sentía en los días que pasó en la montaña, junto a sus suegros, por no estar acostumbrado su organismo a la altura: su nariz sangraba, y su cabeza le dolía, todo el tiempo que estuvo allí; esto lo comparé hoy, al imaginarme el "subir a la presencia de Dios"; al inicio nos ocasiona malestar, nos duelen las rodillas, nos viene sueño, los pensamientos no los logramos enfocar en la idea que queremos exponerle al Señor, nos asalta la duda, pero al final, resistiendo, vemos el desarrollo espiritual, la paz de la oración, la claridad en el pensamiento, la objetividad en las ideas, el discernimiento de la voz de Dios en nuestro corazón, y el gozo de haber recibido más de él.
Isaías 56:7
" yo los traeré a mi santo monte, y los alegraré en mi casa de oración. Sus holocaustos y sus sacrificios serán aceptos sobre mi altar; porque mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos"
Hay algo más que nos sucede cuando vamos haciendo del "subir a la oración" nuestra costumbre, nuestro hábito más sano y poderoso, y es que nos vamos: asemejando.
Asemejando a Dios, y asemejando en ese Dios, entre nosotros." Semejantes a ellos son los que los hacen,
Y cualquiera que confía en ellos"
Coincidentemente a ese hábito desarrollado por la Iglesia, en el que iban juntos Pedro y Juan a la Oración, era traído un hombre cojo de nacimiento, cada día dejándolo junto a la puerta del Templo, para que pidiera.
Era un hombre que seguramente conocía a cada uno de los que entraban en el Templo, pienso que sabía a quién pedirle. Pero ese día, aunque la rutina era la misma, algo había sucedido, especialmente en Pedro y Juan que se notó espiritualmente, y este hombre también lo notó. Y se atrevió a pedirles, quería eso que ellos tenían, de tal manera que hasta les rogó.
En el versículo 4, Pedro con Juan, le dijo que los mirara, a ambos. Algo había pasado con estos dos apóstoles y era el fruto de la oración, no de una oración, casual, espontanea, sino de una continua y perseverante vida de oración, con Dios y entre ellos. Ya no era solamente el ir juntos a orar, sino el estar unidos por la oración, y no solamente el estar unidos, sino el fluir en el acuerdo.
La oración nos une a Dios y nos une entre nosotros.
Una cosa es muy cierta, no hay frutos sin la unidad y sin el acuerdo.
La unidad del pueblo de Dios, de las familias y de los matrimonios del Señor, solo prospera cuando nos esforzamos a unirnos a través de la oración, por el contrario, el mundo se une, con efímeras promesas, participaciones, manipulaciones y especulaciones.
La oración nos une a Dios y la oración nos mantiene unidos entre nosotros. Como fruto de la unidad viene el acuerdo, y el acuerdo en lo natural, que brota de la unidad espiritual, da a luz las maravillas de Dios.
Hechos 3: 7- " Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos" y 8b- y entró con ellos en el tempo, andando, y saltando, y alabando a Dios"
Esa unidad que trae la oración y ese acuerdo para hacer las obras de Dios, nos harán concluir eficazmente, todo aquello que hagamos para Dios.
El cojo era dejado por quienes lo traían, a la puerta del Templo, pidiendo; los discípulos le dieron la salvación, la sanidad y lo tomaron de la mano para que no quede afuera sino pudiera entrar con ellos, a la Casa de Dios.
Que nuestra obra sea completa, en unidad y acuerdo del Espíritu,
Dios te bendiga!
Pastora Sara Olguín
Pastora Sara Olguín
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